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Contenido del libro
Pierre Nora en Les lieux de mémoire
(Ediciones Trilce, 2008)

Historias en segundo grado.
Pierre Nora y los lugares de la memoria, José Rilla 5
   
Entre memoria e historia. La problemática de los lugares 9
1. El fin de la historia-memoria 19
2. La memoria atrapada por la historia 26
3. Los lugares de memoria, otra historia 33
   
De la república a la nación 40
   
La nación 49
   
Las memorias de Estado. De Commynes a De Gaulle 50
1. La memoria de las Memorias 51
2. Las tradiciones de una tradición 62
3. Memorias de Estado, memoria de Estado 74
   
La nación-memoria 95
   
¿Cómo escribir la historia de Francia? 104
   
Gaullistas y comunistas 122
1. El trabajo del tiempo 122
2. El doble sistema de memoria 135
3. En la memoria histórica de Francia 146
   
La era de la conmemoración 167
1. La metamorfosis de la conmemoración 168
2. De lo nacional a lo patrimonial 179
3. El momento-memoria 190

Los textos de Pierre Nora que integran este libro fueron publicados en la obra colectiva, bajo la dirección de Pierre Nora, Les lieux de mémoire (Gallimard, París, 1984, 1986, 1992) con los siguientes títulos:
«Entre Mémoire et Histoire», Les lieux de mémoire, t. I, La République, Gallimard, París, 1984.
«De la République à la Nation», Les lieux de mémoire, t. I, La République, Gallimard, París, 1984.
(La nación) Introducción sin título a «Territoires», Les lieux de mémoire, t. II, La Nation, vol. 2, Gallimard, París, 1986.
«Les Mémoires d’État», Les lieux de mémoire, t. II, La Nation, vol. 2, Gallimard, París, 1986.
«La nation-mémoire», Les lieux de mémoire, t. II, La Nation, vol. 3, Gallimard, París, 1986.
«Comment écrire l’histoire de France?», Les lieux de mémoire, t. III, Les France, vol. 1, Gallimard, París, 1992.
«Gaullistes et communistes», Les lieux de mémoire, t. III, Les France, vol. 1, Gallimard, París, 1992.
«L’ère de la commémoration», Les lieux de mémoire, t. III, Les France, vol. 3, Gallimard, París, 1992.

Prólogo al libro Pierre Nora en Les lieux de mémoire

Historias en segundo grado
Pierre Nora y los lugares de la memoria

José Rilla *

Nacido en París en noviembre de 1931, Pierre Nora es uno de los historiadores más notables y renovadores que ha dado Francia al mundo. Sus contribuciones han influido en la práctica del oficio y en su reconsideración científica, en un esfuerzo que debería entenderse monumental y cuyos impactos se derraman todavía sobre otras disciplinas como la antropología, las ciencias políticas, la filosofía, el análisis cultural y la historia intelectual.
Su obra culminante es una tarea colectiva y de largo aliento, desbordante y magistral. Les lieux de mémoire (LM),1 concebida para ser publicada en cuatro volúmenes que fueron finalmente siete y que reunió el aporte de setenta historiadores en su mayoría franceses transita con voracidad por los temas de la memoria, la historia y la conmemoración, telón de fondo de asuntos más grávidos como el Estado, la revolución, Francia y sus diversidades, la nación captada en el momento de cierre de nuestro pasado siglo XX. Pocas obras de Nora pueden ser leídas en castellano, tal vez la más conocida entre ellas es la que nos muestra su participación en el fundacional Faire l’histoire, colección que dirigió junto al medievalista Jacques Le Goff.2 En la lengua inglesa LM fue traducida y abreviada con el ambiguo título Realms of Memory3 y luego de arduos conflictos. En castellano, con la traducción de Laura Masello, esta selección que aquí presentamos será pues la primera, algo para celebrar con entusiasmo si no nos pesara el atraso en el que se ha incurrido durante demasiado tiempo.
La carrera académica de Pierre Nora se inició afuera del Hexágono, en el agonizante resto del imperio. Hasta 1960 este hijo de médicos cirujanos fue profesor en la Argelia francesa, en el Lycée Lamoricière de la localidad mediterránea y musulmana de Orán, una experiencia que con seguridad influyó en la escritura de su libro Les Français d’Algérie. Ese año, 1961, pasó de la periferia al centro, cuando ganó una beca de la fundación Thiers e ingresó poco más tarde al Institut d’études politiques de París. En 1977 alcanzó la dirección de la influyente École des hautes études en sciences sociales, una sección de l’École Pratique des Hautes Études fundada por Fernand Braudel y Lucien Febvre al finalizar la segunda guerra mundial.
A sus tareas de investigador y docente, Pierre Nora sumaría rápidamente sus esfuerzos al mundo editorial, motivado por la inquietud y la efervescencia que circulaban en ciertos ámbitos intelectuales y culturales marcados por la crisis argelina. Se destacaba entonces una sensibilidad que trascendía fronteras de cada país europeo, la militancia de Sartre y su revista Les Temps Modernes, la influencia de autores como Günter Grass, Italo Calvino, Pier P. Passolini, Hans Magnus Enzensberger, Roland Barthes, Maurice Blanchot entre tantos otros, apasionados por los Manifiestos, las revistas de ideas, los compromisos públicos y las ganas de estar juntos más allá de las naciones. Por alguna razón Pierre Nora no siguió plenamente esas corrientes; más bien se aplicó a trabajar primero en la Editorial Julliard y en 1965 se incorporó a la editorial Gallimard a fin de dar impulso y difusión a las ciencias sociales desde colecciones importantes como la Bibliothèque des sciences humaines en 1966, la Bibliothèque des histoires en 1970, y la Témoins en 1967.

Gallimard, con cien años de vida, contó entre sus autores fundadores con André Gide, Jean Schlumberger y Paul Claudel. Entre los primeros nombres que integraron su catálogo figuran escritores como Marcel Proust, Jules Supervielle, André Malraux, Antoine de Saint-Exupéry, colecciones dirigidas por Camus, Caillois y Duhamel.4 Pierre Nora, incorporado a la editorial en la década del sesenta dirigió colecciones que siguen siendo referencia en el mundo intelectual y académico de las ciencias sociales y humanas. Basta con su mención: en la Bibliothèque des sciences humaines publicaron Raymond Aron (Les Étapes de la pensée sociologique, 1967), Georges Dumézil (Mythe et épopée, 1968-1973), Marcel Gauchet (Le Désenchantement du monde, 1985), Claude Lefort (Les Formes de l’histoire, 1978), Henri Mendras (La Seconde Révolution française, 1988), Michel Foucault (Les Mots et les Choses, 1966; L’Archéologie du savoir, 1969). En la Bibliothèque des histoires, François Furet (Penser la Révolution française, 1978), Emmanuel Le Roy Ladurie (Montaillou, 1975), Michel de Certeau (L’Écriture de l’histoire, 1975), Georges Duby (Le Temps des cathédrales, 1976), Jacques Le Goff (Saint Louis, 1997), Jean-Pierre Vernant (L’Individu, la mort, l’amour, 1989), Maurice Agulhon (Histoire vagabonde, 1988-1996), Michel Foucault (Histoire de la folie à l’âge classique, 1972; Surveiller et punir, 1975; Histoire de la sexualité, 1976-1984), Karl Polanyi (La Grande Transformation, 1944, en 1983).
En mayo de 1980 Pierre Nora fundó la revista Le Débat, una de las publicaciones más características del tipo no especializado, «generaliste» (como L’Esprit, en su momento) dando lugar en ella a importantes discusiones entre las que puede destacarse en el campo historiográfico-político, la referida a Era de los extremos de Eric Hobsbawm, 1994, debate que conducía, por extensión, a la reconsideración de todo el siglo XX. 5 Fue en 1996; trenzó duramente a Michael Mann, Christian Meier, Krzysztof Pomian, Eric Hobsbawm y Benjamin Schwartz y resultó muy expresiva del conflicto historiográfico de los años noventa. Es menos conocido el episodio más ingrato de la contienda, nada trivial: el editor Nora se resistía entonces a traducir al francés Age of Extremes del marxista Eric Hobsbawm. François Furet, historiador y ex comunista le reclamaba a Nora, en 1997, la traducción de ese libro presentado antes en España; lo hacía públicamente en una nota a pie de página en Passé d’une illusion (1995). Antes le había aconsejado a Nora: «Traduis-le, bon sang ! Ce n’est pas le premier mauvais livre que tu publieras». En dura oposición Serge Halimi, en Le Monde Diplomatique hablará entonces, sin miramiento y con ironía, de censura lisa y llana.6
El 7 de junio de 2001 Pierre Nora fue elegido para ocupar el sillón 27 de la Académie Française, donde sucedió a Michel Droit, novelista y periodista fallecido en 2000. Fue recibido el 6 de junio de 2002 por René Rémond historiador y politólogo.

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Difícilmente encontremos una historiografía más autorreflexiva que la francesa en la Europa contemporánea. Ello alude, tal vez, a la propensión teorética que le viene de lejos, al ambiente de crítica intelectual que obliga a autores y academias a retroceder a los supuestos para justificarlos y a veces a encerrarse confortablemente con sus logros. Las fronteras de la historia parecen haber sido exploradas con detalle, desde la geografía y la economía hace ya mucho tiempo, hasta la antropología, el psicoanálisis y la ficción en múltiples variantes. Es historia y escritura de la historia, introspección refinada, «conciencia historiográfica», escribe nuestro autor.
A tales tránsitos y mutaciones, tocados por el «frenesí de la innovación», debe integrarse la trama polémica, la multiplicación de debates que aparentan anunciar emergencia apresurada de paradigmas. Es, valga una licencia, una crisis de superproducción:

Desde hace algunos años —escribe Gerard Noiriel—, los giros y las revoluciones historiográficos se suceden a un ritmo vertiginoso. Tras el lanzamiento de la Nueva Historia a fines de los setenta se ha anunciado el «giro lingüístico», después «un giro crítico», la llegada de una «nueva historia intelectual, luego de una «nueva historia cultural», un «nuevo historicismo», una «historia filosófica de las ideas», «otra historia social», «otra historia de lo político», una «historia de lo cotidiano», una «ego historia» e incluso una alterhistoria. (…) Para quienes piensan todavía —advierte Noiriel— que el valor de un programa de investigación reside únicamente en la calidad y en la amplitud de los trabajos empíricos que es capaz de impulsar, tal profusión de proyectos y la rapidez con la que se suceden, no es un signo de riqueza sino más bien de crisis. Los «paradigmas» que no pasan la prueba de la investigación empírica no son más que «profecías autorrealizativas».7

El estudio parsimonioso de esta obra de gran porte, y el paso del tiempo, podrán ofrecernos la posibilidad de saber si LM es un giro más, entre tantos, que se consume en su enunciación y debut editorial, o si en cambio puede ser puesta con todos los galones en la tradición más vertebral de la historiografía francesa. La selección por la que hemos optado puede ser debatible por cuanto de una obra multiautoral seccionamos parte de lo escrito por su director, uno de cuyos méritos mayores reside en la convocatoria a otros, en la sintonía teórica producida y en las aplicaciones «empíricas» específicas. Pierre Nora opera como baliza para que a lo largo de esta enorme colección de trabajos la tripulación llegue a destino o al menos no pierda de vista el objetivo. Escribe y a la vez marca territorio: sobre la memoria y la historia, la república y la nación, la nación y la memoria, el Estado y sus memorias, la era de las conmemoraciones, la memoria política armada en un doble sistema entre gaullistas y comunistas. Francia, las Francia, coronan el trayecto, resumen la polifonía exhaustivamente hurgada y obligan a volver a viejos asuntos como la nación, en un final inquietante o provocador para esta nueva era de mundialización.8

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Los formadores de opinión, los militantes, los profesores, los periodistas, no han reparado aún lo suficiente en las diferencias, contrastes y dialécticas entre historia y memoria. La confusión conceptual es grave porque circula en el ámbito de la política más coloquial en la que se forman convicciones, elaboran argumentos y se definen prácticas. Historia no es memoria, ambas trabajan sobre la misma materia, el pasado y el presente, pero desde reglas específicas que las enfrentan, las ponen en situación de crítica recíproca.9
La reflexión memorialística, inflación por momentos, guarda relación con pasados recientes traumáticos, con la tendencia al desasimiento de la posmodernidad, con la percepción de cierta «aceleración histórica» (en rigor, más moderna que posmoderna) que aleja presente de pasado, abre una brecha casi insalvable que solo parece encontrar sutura en una nueva forma de objetividad. El pasado como cosa muerta y por lo tanto muda y sorda, opacidad que nos desampara, desarraigo que nos inquieta. Ni las iglesias, las escuelas, los Estados ni las ideologías y cuerpos doctrinarios nos proveen de relatos para la transparencia, para la recuperación de la continuidad histórica. La memoria funciona al margen de la historia aunque reclame de ella los lugares para su edificación. La aceleración histórica que antes era entendida como la acumulación de fenómenos en la misma unidad temporal, es ahora, con Pierre Nora, interpretada como la ampliación de la brecha entre la historia y la memoria.
Es más que razonable concluir que una obra aplicada tan exhaustivamente a los lugares de memoria nos haya aportado un mayor refinamiento conceptual, trabajado poco más tarde, entre otros por Paul Ricoeur.10 Según Nora, memoria es vida encarnada en grupos, cambiante, pendular entre el recuerdo y la amnesia, desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones y manipulaciones, siempre aprovechable, actualizable, particular, mágica por su efectividad, sagrada. La historia en cambio es representación, reconstrucción, desencantamiento laico de la memoria, destrucción del pasado tal cual es vivido y rememorado, traza consciente de la distancia entre el hoy y el ayer. La conciencia historiográfica desmonta esos mecanismos de la reconstrucción y la representación, dota al pasado de objetividad y a la historia de historicidad. Desencanta, revela lo sagrado, muestra los trucos de la magia.
Cuando se la creía extenuada o francamente insuficiente, la «historia nacional»11 ha vuelto por sus fueros. Ha devenido el lugar más visible de la memoria, la secuencia menos expuesta al vacío, a las «fallas y lagunas»: todo en ella debe tener un sentido que confluya en lo nacional, un sentido que se asocia al destino pero que en Francia, además, huye del azar. Oficiante del Estado nación, el historiador del siglo XIX es «cura y soldado», adoctrina y vigila desde una posición pedagógica, combate por la historia por cuanto encuentra en ella una forma de legitimación y explicación de la nación. En el siglo XX, sobre todo luego de la gran crisis de los treinta, la historia convertida en ciencia social quedaría más al servicio de «la sociedad»; daría por buena o suficiente la construcción nacional que no requería entonces de un cultivo más que privado, memorialístico. Así pues, un doble juego: historia primero como proyecto pedagógico al servicio de la nación, luego proyecto científico al servicio de la sociedad. Memoria, entre tanto, apagada por la historiografía, reducida, recluida.
Llegaría entonces la acuciante conciencia de divorcio entre ambos planos del pasado, el recurso explosivo a los restos que sirvan para aplacar la desolación de un mundo crecientemente desritualizado, a una memoria que ha perdido espontaneidad y necesita de hitos, restos, gestos, que construye y devora archivos, museos, aniversarios, calendarios, circuitos y paisajes. La memoria ha ingresado al repertorio de los deberes de la sociedad. «Deber de memoria» dirá más tarde Paul Ricoeur, praxis y no pathos, uso cuasi conductista de los restos con la ilusión de que lo impuesto desde afuera vuelva algún día a ser espontáneo y natural. En suma, en dos siglos no más la memoria ha desaparecido de la convivencia natural y solo puede ser restituida mediante la institución de lugares públicos para ella. La nueva noción de patrimonio ventilada desde Francia en los ochenta es una evidencia de este periplo. Es un deber de memoria que nos desafía tanto como hemos perdido la forma espontánea de convivir con el pasado en el presente.

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Pierre Nora puede ser inscripto en la tradición de pensadores de la modernidad contemporánea y sus costos, y de quienes captaron el reverso de la dimensión secular del fenómeno. La secularización dejó espacios vacantes y tareas sin realizar que tienen relación directa con las razones para «estar juntos». La república fue en Francia, antes que nada, una comunidad espiritual que sirvió de cimiento a un régimen político y dio un sentido final a la nación. Tuvo su religión civil, sus santos y mártires, su panteón, elementos todos de un espectáculo educativo propio de la sociedad de masas.12 La república consagró una memoria que impuso —neutralizándola— la herencia de la revolución, que alentó la idea de la unidad desdeñosa de la diversidad y mantenida por la invención perpetua del enemigo y el complot. No es una república que concilia y articula «intereses particulares» como en Estados Unidos, es más bien la hija de la voluntad general que necesita o «exige sus excluidos» dice Nora.
La república fue un éxito, las contestaciones a ella pasaron a integrar el pasado, a resultar relativamente inocuas. Sus impugnadores más severos que habían sido los nacionalistas y los revolucionarios, a derecha e izquierda respectivamente, fueron deglutidos en la medida en que tanto como el gaullismo y el comunismo rindieron armas ante ella, la república, encarnación viva de la nación finalmente proyectada hacia el presente y el futuro. Giscard heredó y reelaboró esa síntesis, demandó puro presente —de paz, de consumo, de pragmatismo: «ingravidez histórica», dice Nora— y propuso la nación en tales términos.13 Más recientemente, la declinación de Francia hacia la zona de las potencias modestas, por un lado, y la alternancia política que llevó a la izquierda al gobierno, por otro, terminaron por sellar la continuidad entre nación y régimen, a hacer que todos se reconocieran en la Constitución gaullista. Un éxito: el gaullismo republicanizó a la derecha francesa; la caída del comunismo en el mundo alejó a la izquierda de la revolución, la hizo más nacionalmente republicana.
La nación francesa es una entidad antigua, de formación parsimoniosa si ponemos la mira en la historia de larga duración, hecha de capas que terminan asimiladas al cimiento. Aunque se corona con la república, la nación tiene una memoria monárquica y feudal cuya ritualidad será capturada para más adelante, una memoria estatal expresada en monumentos e instituciones como Versalles, el Louvre, el Collège, la Academie; o más atinentes a la nación, como el Código Civil, la estadística, las escuelas de archiveros y los archivos. El ciudadano será convocado desde niño y como parte de una masa a la escuela, a hacerse francés leyendo la historia con Ernest Lavisse (1842-1922) y la geografía de Vidal de la Blache (1843-1918) aceptando al Estado como la más fuerte de las determinaciones y por consecuencia a la política (más que la lengua, la cultura, la sociedad), como el lugar polémico y obligado para la construcción nacional.
Otra vez, luego de la depresión mundial de los treinta la conciencia historiográfica nos muestra insuficiencias de aquel nacionalismo y acerca paralelismos que demandan, para la nación, otro régimen de memoria y de historiografía. Quiere Pierre Nora, tal vez con razón, que los Annales sean cotejados con aquella crisis, que la historiografía económica, social, demográfica lo sean con la segunda posguerra y que la historia de las mentalidades remita a la crisis posargelina. Y quiere que sus búsquedas, la de los lugares de memoria, sean la base del nuevo paradigma desde el que pensar e investigar a una Francia que ya no puede ser concebida como «unidad de trabajo obvia». La Francia son las Francia, lo uno es vario y diverso, los lugares de memoria intentos de sutura, de síntesis problemática.
Las memorias del Estado, ahora como género literario, son un lugar para esa larga continuidad de la nación. Hasta entrado el siglo XIX, enseña Nora, con Guizot que es el primero en firmar un contrato para su edición, las memorias no eran escritas para ser publicadas. Sin embargo, tomadas como un corpus dan forma a una tradición que tiene sus hitos en Commynes,14 Sully, Richelieu, Luis XIV, Bonaparte, Guizot, De Gaulle… Casi siempre relatan pasado para afirmar legitimidad en el presente y tal vez, ganar futuro. Escritas primero contra el poder —tras haber perdido la batalla con él— o más tarde desde el poder —en las cortes, los palacios, los gabinetes— son generalmente una respuesta a la unidad nacional amenazada. Así, Luis XIV dicta enfrentado a la memoria de la Fronda de los Grandes de Francia y Bonaparte con la amenaza de la revolución permanente; De Gaulle escribe con el fantasma de la derrota de 1940. Todos levantan la «epifanía de la nación», o preparando su muerte le «dicen adiós a aquello que se ama» como escribió Philippe Ariès en un bellísimo ensayo.15
El último cuarto del pasado siglo fue para Francia el inicio de una era de conmemoración expresada en fiesta patrimonial. Patrimonio dejó de ser el vocablo que define el conjunto de bienes y riquezas de los padres y pasó a nominar un deber de memoria de las sociedades. Con viento a favor como lo supone el advenimiento de la sociedad del espectáculo (que amplifica, simplifica, muestra) pero también con las trampas tendidas por el presente al pasado que se pretende actualizar. De ese modo, el Bicentenario de la Revolución francesa tropezó con las dificultades para evocar alegremente a la Bastilla justo cuando caía el muro de Berlín o la represión se desataba en Tian’anmen. ¿Qué fue lo que salvó la conmemoración? La masificación, la inversión de sentidos, la sociedad y sus grupos clamando por un lugar público. La historia metida en la televisión, el recuerdo para las víctimas del jacobinismo y el terror que interpretaba mejor el repudio al totalitarismo, y sobre todo el estallido de una demanda local y regional que aprovechó la invitación a sus maneras.
En 1980, Año del Patrimonio, todos querían pegar su foto en la plaza pública y sorprender a los promotores y burócratas del Ministerio que esperaban más atonía o indiferencia. Al contrario, la noción de patrimonio se mostró entonces en toda su voracidad, ampliando los alcances temáticos, geográficos, técnicos. Todo servía, hasta las granjas galorromanas16 descubiertas desde el aire y que llevan a los franceses a decir «allí estábamos».
A través del patrimonio, el estallido conmemorativo modificó el régimen de relación con el pasado y con la idea de nación. Hasta fines de los años setenta los franceses tuvieron «una historia nacional» perentoria que recluía la memoria al ámbito privado. Historia nacional secularizada, hecha contra la religión pero rápidamente vuelta ella una base de religión cívica. En los años ochenta su reverso, una memoria nacional construida con «otros pasados» desde la dispersa y diversa reivindicación patrimonial. ¿Qué será entonces, décadas más tarde, la historia nacional? Allí pone la pausa nuestro autor, toma un respiro y vuelve al ataque: «¿Cómo escribir la historia de Francia?»

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A esa altura del esfuerzo el director Nora advierte que lo que había sido concebido para volcar en cuatro volúmenes habría de ocupar siete y a otras tantas decenas de historiadores. Da paso entonces, en la más pura tradición francesa ya referida, a una pausa autorreflexiva que coloca a la propia obra ante sus límites, la expone a la sospecha de la trivialidad y la impotencia. ¿Hasta dónde hemos llegado? parece preguntarse. Hemos develado una Francianación ya sin nacionalismo, y arribado a una Francia-república sin jacobinismo; explorado un amplio repertorio, agregado una expresión al diccionario, al vocabulario común (son demasiados los que hablan de memoria y lugares de memoria); hemos fundado, tal vez, un término de fortuna que quiere decir mucho y por lo tanto dice nada… Estamos frente al precipicio.
Desde allí busca Pierre Nora la dignidad epistemológica de su imponente obra entre las más consagradas tradiciones historiográficas francesas desplegadas desde los Annales; la busca en sus requerimientos teóricos, técnicos y «empíricos», en la exigencia a autores y lectores de llevar la noción central lugares de memoria hasta el fondo. Es, al fin y al cabo, una historiografía que construye a sus autores y lectores, que forma una comunidad de interpretación a la que se pide no instalarse nostálgicamente en los temas del repertorio sino afirmarse en su «tratamiento categorial». Lugares de memoria dejará de ser novelería para ser novedad si se concibe la categoría como fruto del ensamble de dos órdenes de realidades, lo tangible y lo simbólico, desmontados y explorados en sus elementos comunes. Un territorio a ocupar después de las grandes roturaciones que hablaron de Francia —con Michelet— que concebía a la nación como «un alma y una persona», con la depuración positivista de Lavisse, con las «prisiones de larga duración» de Braudel y los marxistas.
La novedad radica en el esfuerzo sistemático por reconstruir el conjunto de efectos17 más que de sus determinaciones, no las acciones memorizadas sino su traza. Dejémoslo a él decirlo mejor:

no los acontecimientos por sí mismos sino su construcción en el tiempo, el apagamiento y la resurgencia de sus significados, no el pasado tal como tuvo lugar sino sus reempleos permanentes, sus usos y desusos, su pregnancia sobre los presentes sucesivos; no la tradición sino la manera en que se constituyó y transmitió. En síntesis, ni resurrección ni reconstrucción, ni aun representación; una rememoración. Memoria: no el recuerdo sino la economía y administración del pasado en el presente. Una historia de Francia, por lo tanto, pero en segundo grado.

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La recapitulación de estas observaciones introductorias a la lectura debe acercar algunas de las críticas que esta obra diversa y de gran porte ha venido mereciendo. Muchas de ellas son un buen estímulo para leerla con mayor atención.
Las preocupaciones de un lector atento y tal vez algo ansioso remiten a lo que podría agruparse bajo el signo de la vaguedad conceptual, la dilatación de las nociones, la ambigüedad de significados de los supuestos que sostienen tan enorme empeño historiográfico.18 Sin embargo, lugares de memoria nació para deslindar y acotar, para reducir incertidumbre, para explotar analíticamente al máximo las diferencias entre historia y memoria. La gran cuña metida entre ambos conceptos/fenómenos es la «conciencia historiográfica»; sin ella no parece haber posibilidades de distinguir sujeto y objeto, y mucho menos de instituir a la memoria como algo diferente a la historia.
Hay un aire epocal en la obra noraiana. Pero lo que es evidente en todo producto historiográfico en este caso forma parte ostensible del trayecto. La conciencia historiográfica es autorreflexión aquí como pocas veces, fruto maduro de una empresa que es dueña de su ambición y vastedad y controla los objetos que produce. ¿Qué tránsito de época palpita en Lugares de memoria? El de las múltiples rupturas de nuestra contemporaneidad que arreciaron con la Gran Guerra y la revolución, la problematización de las naciones y sus marcos estatales, que hicieron perder sentido a muchas tradiciones, instauraron a las masas y a los medios masivos de su comunicación. Su resultado es el desarraigo y la angustia, la proliferación de memorias colectivas, el «llamado» al pasado que hasta entonces no era vivido como tal. Lugares de memoria es así un titánico esfuerzo para lograr, desde allí, que historia y memoria dejaran de ser la misma cosa.
Cuando no había aparecido la tercera parte de la obra, Les France, Steven Englund19 ensayó una crítica que si bien admiraba en LM «la más concisa y hermosa prosa jamás escrita por la pluma de un historiador» y encomiaba la pericia hermenéutica, llamaba la atención acerca de la originalidad de los colegas franceses, en quienes veía acechando siempre el «fantasma» de la nación y su pasado. Algunos de ellos, como Bloch, Chaunu, Braudel acometían el asunto de la nación al final de sus vidas y obras. Quiere Englund que un paralelo entre E. Lavisse y P. Nora resulte especialmente esclarecedor de la lectura de ambos y de la relación de los franceses con la nación. Lavisse es el alter ego de Nora en el otro fin de siglo. Ambos «padecen» la crisis de Francia y su identidad, «el lamento por el mundo que perdimos»; ambos, con audiencias y lectores diferentes, celebran y defienden a la nación. Pero nuestro contemporáneo Nora es más ambicioso e impreciso, arroja al mundo de las palabras un término insuficientemente definido —memoria— pero exitoso hasta el abuso.
El examen de la república junto a la nación, su identificación al fin y al cabo, no debería hacer olvidar las carreras no republicanas que también construyeron la nación francesa, tanto las de Bonaparte como las de los personeros de Vichy. Tampoco debería escatimar la consideración social y cultural clásica, y sí remitir a las clases sociales más que a los grupos de interés, al anticlericalismo y no a la secularización, a la ideología y no al imaginario. Para Englund, el repertorio de recursos de la historiografía y la teoría política moderna tiene mucho para enseñar todavía acerca de la nación, a fin de evitar un tono elegíaco y teleológico que observa con severidad en nuestro autor. Debe empero subrayarse que Pierre Nora dirigió una obra historiográfica de segundo grado, que mira tanto o más al uso del pasado que al pasado en sí.20
Otras contestaciones a LM vienen de la peculiar periferia del ex imperio francés. Hue-tam Ho Tai, nacida en Saigón, profesora de historia vietnamita en Harvard fue educada en Francia, Vietnam y Estados Unidos y se ha especializado en temas de memoria colectiva, museos e historiografía postsocialista. Reconoce el triunfo de la obra de Nora y la fortuna de la expresión lieux de mémoire, ingresada finalmente al Grand Dictionnaire Robert de la lengua. Sin embargo, desde la capital francesa de la Cochinchina Hue no se reconoce en la continuidad que ofrece Pierre Nora y que se resume en la expresión «nuestros ancestros son los galos». Tampoco en el repertorio y los énfasis, que denuncia como más hijos de la era Mitterrand y el bicentenario, que de la ponderación exigible a la historia crítica, no comprometida. Reclama más diversidad, atención a los inmigrantes, al imperio y lo colonial, a las mujeres, a los marcos sociales de la memoria (¿quiénes?, ¿desde dónde?, al estilo de Maurice Halbwachs). Al igual que Stanley Englund, observa la pareja Lavisse-Nora y los hace expresiones de sus respectivos fines de siglo, cuando la revolución era asunto del pasado y la nación no. Se inquieta también, finalmente, por la baja densidad en la distinción entre historia y memoria.21
Las críticas pueden referir a lo que le falta a una obra, pero también, como son estos casos, en tanto que no trascienden el paradigma dentro del que circulan son más una exigencia operativa: si se le sumaran issues mejoraría la calidad de la argumentación pero no se alteraría significativamente su sentido más esclarecedor. Por contraste «nacional», algunos investigadores anglosajones ven en la obra de Pierre Nora algo que no solo explica a Francia y sus diversidades sino las peculiaridades e insuficiencias de otras historiografías. Nora parece haber dirigido una obra magna pero solo posible desde los pasados de Francia, desde unas formas específicas de relación pasado-presente. La Revolución, por ejemplo coloca a la nación aparte, la hace diferente a Inglaterra donde la Constitución es mucho más central y definitoria.22
Dígase de paso que Maurice Halbwachs23 ha vuelto a ser leído en las dos últimas décadas; su noción de «memoria colectiva» ha sido bastante envilecida por el sobreuso y opera finalmente como metáfora perezosa. En su tiempo había merecido la crítica de Marc Bloch (1925) cuando el historiador impugnaba al sociólogo la mecánica traslación de lo que sabemos de la memoria individual, a lo que no sabemos de la memoria colectiva. En tal sentido, LM parece haber hecho mucho más que la sociología durkheimniana para entender los mecanismos de esa memoria, «las modalidades necesarias de la transmisión del pasado, la relación de los individuos con el grupo y las consecuencias “prácticas y políticas” de la existencia de las memorias colectivas».24

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Hace pocos años Le Monde escribió acerca de la retórica crepuscular que atraviesa la obra de Pierre Nora que aquí se presenta en esta selección. No es una mala definición si la tomamos literalmente, como momento de claridad y no de declinación. Si como recuerda Gadamer la conciencia histórica es el privilegio del hombre moderno que lo hace consciente de la relatividad de todas las opiniones, la conciencia historiográfica a la que nos anima Pierre Nora es privilegio del hombre contemporáneo: lo hace consciente de la relatividad de sus pasados, más responsable por sus usos, más prudente.

Notas

* Uruguayo, profesor de Historia y doctor en Historia. Investigador y profesor titular en la Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Ciencia Política de la Universidad de la República. Docente de la Facultad de Ciencias Económicas. Investigador y docente en el CLAEH, Instituto Uiversitario. Autor de numerosas publicaciones, la más reciente es La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay (Sudamericana, Debate, Montevideo, 2008).

  1. Les lieux de mémoire. Sous la direction de Pierre Nora, Gallimard, col. Quarto, París, 1997, 3 tomos, 4751 pp.
  2. Jacques Le Goff y Pierre Nora, Faire l’histoire, Gallimard, París, 1974; en castellano Hacer la Historia, Laia, Barcelona, 1978.
  3. Realms of Memory: Rethinking the French Past, Columbia University Press, Nueva York: 1998. Vol. 1: Conflictsand Divisions, 1996, 651 pp. Vol. 2: Traditions, 1997, 591 pp. Vol. 3: Symbols, 1998, 751 pp.
  4. Pierre Assouline, Gaston Gallimard: Medio siglo de edición en Francia, Ediciones Península, Barcelona 2003.
  5. Le Débat, nº 93, «Au coeur du XXe siècle» Janvier-Février, Gallimard, París. 1997.
  6. Age of Extremes (Londres, 1994) fue traducido al castellano por Editorial Crítica en 1995 y al francés por Éditions Complexe de Bruselas en 1999, con la colaboración de Le Monde Diplomatique. La dupla Furet/Nora es cada tanto contestada, el primero por su erudita crítica al jacobinismo murió en un accidente mientras jugaba tenis; el segundo es criticado por excesivamente mediático, complaciente con el «desastre» de las ideas que prefiere denominar «metamorfosis». Ver Le Monde, 11 de agosto de 2005. El reclamo de Furet puede leerse en su obra El pasado de una ilusión, Fondo de Cultura Económica, México, 1995. La denuncia de censura contra Hobsbawm en «La mauvaise mémoire de Pierre Nora», por Serge Halimi, Le Monde Diplomatique, juin 2005, p. 35. Ver también Perry Anderson, La Pensée tiède. Un regard critique sur la culture française, suivi de La Pensée réchauffée, réponse de Pierre Nora, Le Seuil, París, 2005.
  7. Gerard Noiriel, Sobre la crisis de la historia, Frónesis-Cátedra, Madrid, 1997, pp.123-124. Pueden consultarse para seguir el periplo, además de Faire l’histoire mencionado: Guy Thuillier y Jean Tulard, Les écoles historiques, PUF, París, 1990; el editorial célebre de Annales, «Histoire et sciences sociales. Un tournant critique?», Annales ESC, 2, marzo-abril, 1988; el diccionario de La Nueva Historia, dirigido por J. Le Goff, R. Chartier y J. Revel; el también Dictionnaire des Sciences Historiques dirigido por André Burguere (PUF, 1986, en castellano Akal, Madrid 1991); el libro D. La Capra, Rethinking Intellectual History, Cornell, Ithaca, 1983; Bernard Lepetit, (director), Les formes de la expérience, Une autre histoire sociale, Albin Michel, París, 1995. Una versión más europea y menos francesa: Peter Burke (ed.), Formas de hacer historia, Alianza, Madrid, 1996.
  8. Ver Pierre Nora: «Le nationalisme nous a caché la nation» en Le Monde, París, 17 de marzo de 2007 (entrevista).
  9. K. Pomian, «De l’histoire, partie de la mémoire, à la mémoire, object de l’histoire» en Revue de Methaphysique et de Morale, nº 1, 1998, pp. 63 a 110 (cit. en P. Ricoeur, ver nota 11).
  10. Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido. (2000) FCE, Buenos Aires, 2004.
  11. Ver Pierre Nora, «Historia nacional» en A. B. diccionario Akal de Ciencias Históricas, pp. 509-512, Pierre Nora, «Ernest Lavisse. son rôle dans la formation du sentiment national», en Reviue Hstorique, T. CCXXVIII, 1962, pp. 73-104.
  12. Pionero en formular la idea de la religión civil en la política secularizada fue Raymond Aron en El opio de los intelectuales (1943), Leviatán, Buenos Aires, 1957. Ver George Mosse, La nazionalizzazione delle masse. Simbolismo político e movimenti di masse in Germania, 1815- 1933 (1974), Il Mulino, Boloña, 2004; Emilio Gentile, El culto del littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista, (1993), Siglo XXI, Buenos Aires, 2007; José Murilo de Carvalho, La formación de las almas (1995), UNQ, Buenos Aires, 1997.
  13. José Rilla, La actualidad del pasado (primera parte), Sudamericana-Debate, Montevideo, 2008; Christophe Courau, «Les Champs Elysées au Coeur de l’histoire» en
    Historia, janvier, París, 2000, pp.18-21.
  14. Ver el esclarecedor trabajo de J. Blanchard, «L’histoire commynienne. Pragmatique et mémoire dans l’ordre politique» en Annales ESC, sep-oct 1991, n° 5, pp. 1071-1105.
  15. Pierre Ariès, «¿Qué nos lleva a escribir memorias?» en Ensayos de la memoria, 1943-1983, Norma, Bogotá, p. 411.
  16. Las excavaciones de la autopista A29 han devuelto muchas villas galorromanas. Los arqueólogos han encontrado un conjunto de viviendas de adobe alrededor de un patio cuadrado, con mosaicos y baños.
  17. Ver Hans Georg Gadamer, «Historia de efectos y aplicación» en Rainer Warning (ed.), Estética de la recepción, Visor, Madrid, 1989.
  18. Similares prevenciones circulaban en los momentos de pleno desarrollo de la historia de las mentalidades, en especial de la noción de mentalidad que resultara de utilidad para el tratamiento historiográfico. Ver Pierre Nora, «Memoria colectiva» en J. Le Goff, R. Chartier y J. Revel, La Nueva Historia, p. 455, Mensajero, Bilbao, 1988.
  19. Stevan Englund, «The Ghost of Nation Past», en Journal of Modern History 64, (June 1992), pp. 299-320, Chicago.
  20. Una actualización plena del asunto del uso del pasado puede leerse en François Hartog y Jacques Revel (dir.), Les usages politiques du passé, Enquete, París, 2001.
  21. Hue-tam Ho Tai, «Remembered Realms: Pierre Nora and French National Memory» en The American Historical Review, vol. 106, 2001. Sobre la crítica de la distinción entre historia y memoria puede consultarse Eelco Runia, «Burying the Dead, Creating the Past», History and Theory 46 (October 2007) y Anita Kasabova, «Memory, memorials, and commemoration», History and Theory 47 (October 2008), pp. 331350. En esta última erudita contribución se examina críticamente la relación privilegiada de la historia con la producción de verdad, al tiempo que se argumenta que memorias, memoriales, e historias son discontinuas con las experiencias del presente y que la continuidad ente pasado y presente en ellas es una construcción.
  22. Ver David Lowental, «Distorted Mirriors», en Cross Current, University College, London; Kenneth Maxwell, «Western Hampshere” en Foreing Affairs, vol. 77, p.158, 2004; Lucette Valensi, «Història nacional, història monumental. Les lieux de mémoire (nota crítica)», El contemporani: revista d’història, Univ. de Barcelona, Centre d’Estudis Historiografics nº 8, 1996, pp. 39-44.
  23. Maurice Halbwachs, Le Cadres sociaux de la mémoire (1925), A. Michel, París, 1994, La Mémoire Collective (1950), A. Michel, París,1997, (edition critique de Gérard Namer).
  24. Marie-Claire Lavabre. «Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria», en Anne Pérotin-Dumon (dir.). Historizar el pasado vivo en América Latina, 2007; Anne Pérotin-Dumon y Roger Bastide, «Mémoire collective et sociologie du bricolage» en L’Année sociologique, 1970, pp. 65-108; Tzvetan Todorov, Les Abus de la mémoire, Arléa, París, 1995 [traducción castellana: Paidós, Barcelona, 2000], P. Ricoeur, La Memoria, la historia… o. cit.

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